Extracto del texto "Patria y nacionalidad", de Bakunin:
La nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada mas absurdo y al
mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el
principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas las
aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano
universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos
reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. Cada
pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su
propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de
hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia
constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida
histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.
Cada
pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso
tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos
nacionales.
Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de
una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho
a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como
principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre
la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más
imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan
de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.
¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote
quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le
ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un
muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo
mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de
cargar a otros con la culpa de sus propios errores. Patriotismo y
justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese
patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro
del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por
sus vecinos.
Deberíamos situar la justicia humana universal
sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas
el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los
déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio
de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho
legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene
el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su
propia naturaleza. Este derecho es simplemente el corolario del
principio general de libertad.
Todo aquél que desee sinceramente
la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para
siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la
patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo.
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